Se me suele preguntar por qué viajo a países extraños o pobres cuando hay lugares mucho mas tranquilos y seguros donde viaja la gran mayoría, mi respuesta siempre es la misma, porque es la realidad del mundo, no quiero cerrar los ojos y olvidarme de millones de personas que también viven y tienen sus problemas como los de lugares mas populares y de moda.
No tenía mucha información de Mongolia, las noticias que llegan a España son pocas o nulas. Preparé un plan de viaje Pekín- Moscú en tren, un viaje de 9000 km., consistía en el Transmongoliano de Pekin a Ulán Bator , luego otro tren hasta Irkutsk, ya en Siberia, y luego el Transiberiano hasta Moscú. Se lo propuse a Sebastián y rápidamente sacamos los billetes. Al pasar y hacer parada en Ulán Bator, decidimos que nos quedaríamos una semana por Mongolia.
Busque información del país, como hago siempre, encontré algunos relatos de viajeros y leí bastante sobre su historia y costumbres, esto fue lo que mas me llamo la atención, sus costumbres casi medievales. Un pueblo orgulloso de su gran personaje, Gengis Khan, su nombre esta omnipresente en cualquier lugar.
Llegamos en tren a Ulán Bator, era Enero, no había turistas en esta época, para nosotros mucho mejor, cuantos menos hay mas auténtica es la gente, todos los lugares que conozco muy turísticos han perdido mucha personalidad, el mayor motivo de mis viajes es precisamente ver otras culturas y costumbres, además viendo tanta diversidad siempre saco algún provecho personal.
Teníamos nuestra propia yurta ( tienda de lona) muy cerca del desierto de Gobi, en plena naturaleza completamente helada, íbamos a convivir con una familia mongola que ante nuestra llegada sacrificaron un caballo para alimentarnos toda la semana, con recetas diferentes, claro.
Disponíamos también de una furgoneta con conductor, hacíamos excursiones y las noches eran de lo mas amenas conociendo sus costumbres, algunas muy peculiares, como el perfume casero que llevan siempre encima los varones y se intercambian y huelen al saludarse entre ellos.
Les gusta el wodka, ponían la botella fuera de la tienda, la temperatura era de -30º, y en 5 minutos ya estaba frio. En el centro de la yurta hay una estufa-cocina de leña siempre encendida con lo cuál la temperatura era muy agradable en el interior, por cierto la primera noche tuve que levantarme varias veces a poner mas leña.
Un ejemplo de amabilidad y que dice mucho de como es el pueblo mongol, visitábamos un día los restos del gran monasterio de Erdene Zuu, arrasado por bulldozers soviéticos, cuando se hizo hora de comer llegamos al pueblo de Karakorum llamamos a una casa cualquiera y muy amablemente nos dejaron su cocina y enseres para hacer nuestra comida y comer, les dimos las gracias y después de insistir aceptaron algo de comida que nos sobró.
Fue una semana intensa y repleta de emociones, donde una vez mas el contacto humano fue muy enriquecedor, nunca se nos olvidara las lagrimas de la familia con la que convivimos el día de la despedida.
Toni